lunes, 6 de abril de 2015

EL CIRIO PASCUAL. 1ª PARTE



EL CIRIO PASCUAL. IMAGEN DE CRISTO RESUCITADO
I PARTE

 
El Cirio pascual es imagen de Cristo glorioso y resucitado. Como elemento esencial en la Vigilia Pascual nos acompañará durante todas las celebraciones del tiempo de pascua y en momentos claves de nuestra vida cristiana: en los sacramentos de iniciación cristiana o en el Bautismo, si lo recibimos siendo infantes, y en nuestra última eucaristía, pues con su encendido comienza la misa exequial del fiel difunto. Por tanto, su comprensión simbólica será importante para entender la dimensión pascual de la vida cristiana.



LA VIGILIA PASCUAL y EL CIRIO
La solemne Vigilia Pascual comienza con el Lucernario, que consiste en la bendición del fuego y la preparación del Cirio. La inclusión de este rito tiene un origen muy antiguo, probablemente, en Jerusalén ya en el siglo IV, según nos testimonia la virgen hispana Egeria en su peregrinación a Tierra Santa. Posteriormente se fue difundiendo por toda la cristiandad, comenzando en el Norte de Italia, las Galias y España durante el siglo V y VI, para acogerlo más tarde la liturgia de Roma. Al Lucernario se le fueron añadiendo otros elementos como la bendición del fuego o los granos de incienso incrustados en el propio Cirio.


Actualmente, en la liturgia romana este es el único Lucernario que se incluye dentro de la celebración litúrgica. Se identificará así a la luz con el propio Cristo; cuando el sol cósmico ya no alumbra, se nos recuerda que siempre somos iluminados por el Señor, luz del mundo, que disipa nuestras tinieblas; este será uno de los principales significados del Cirio pascual.


Tras la bendición del fuego, se inician los diferentes ritos en el propio Cirio, lo que lo convierte en parte integrante y esencial de la celebración que culmina el Triduo Sacro. En primer lugar en él se graba una cruz con un punzón, a menos que el Cirio la lleve ya grabada. Dicho dato es importante pues une la Pasión, celebrada el Viernes Santo, con la resurrección gloriosa, que se actualiza en la Vigilia, como también harán los granos de incienso que pueden ser incrustados, como veremos a continuación; de esta forma, la cruz queda convertida en el signo identificativo del cristiano. Es interesante profundizar en cada una de las oraciones que el sacerdote pronuncia al trazarla, así como las que reza mientras graba las letras griegas alfa –sobre el trazo vertical– y omega –debajo del trazo vertical–: en el tramo vertical, Cristo ayer y hoy; en el tramo horizontal, principio y fin; sobre el trazo vertical, alfa; bajo el trazo vertical, omega. Asimismo, hará una incisión en la cera de modo que se identifiquen cada uno de los números del año en curso orando lo siguiente: Suyo es el tiempo (mientras cincela el primer número del año en el ángulo izquierdo superior de la cruz); y la eternidad (el segundo número se estampará en el ángulo derecho superior); A él la gloria y el poder (tercer número en el ángulo izquierdo inferior de la cruz); por los siglos de los siglos. Amén (cuarto número en el ángulo derecho inferior). Todas estas pequeñas oraciones, al igual que el propio gesto, están describiendo que Cristo sufriente y muerto en la cruz, por su resurrección, ha sido constituido Señor de la historia, por lo que trocará el tiempo antiguo en nuevo, de modo que la realidad se convierte en Historia de Salvación. El tiempo pascual que inaugura la Vigilia nos recuerda que Cristo es la eterna novedad que recrea todas las cosas, el Principio y el Fin (Ap 21 5-6). El tiempo para el cristiano ya no es visto como el del antiguo Cronos pagano, que devoraba a sus hijos, sino que es una oportunidad para ser insertados en la nueva vida que Cristo nos da; esta es la razón por la que en el Cirio pascual, imagen del resucitado, sea inscrito el año en curso. Cada vez que nos acerquemos a la iglesia a contemplarlo, recordaremos que el Resucitado nos da una vida.



Acabada la incisión del signo de la cruz, de las letras griegas y del año en curso, el Misal Romano ofrece, como potestativo, el poder incrustar cinco granos de incienso en el propio Cirio, tradición que tuvo su origen en las Galias en el siglo X. Cada uno de ellos irá acompañado por las siguientes palabras: Por sus llagas; santas y gloriosas; nos proteja; y nos guarde; Jesucristo nuestro Señor. Amén. El incienso se convierte así en imagen de las llagas gloriosas de Cristo, el cual no quiere prescindir de ellas tras su resurrección (Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo –Lc 24, 39–). Como ya hemos señalado, la Iglesia quiere, tanto con la incisión de la cruz como con el signo del incienso, manifestar la unidad del Triduo Pascual desde el Jueves Santo hasta la celebración de las vísperas en la tarde del Domingo de Resurrección; el mismo que fue clavado en la cruz es el que ha resucitado.

El ministro, tras haber preparado el Cirio, lo enciende con el nuevo fuego bendecido, diciendo las siguientes palabras: La luz de Cristo, que resucita glorioso disipe las tinieblas del corazón y del espíritu. Desde este momento, se convierte en un auténtico sacramental, pues será la imagen de Jesús que nos dice: el que me sigue no camina en tinieblas (Jn 8,12).
A continuación, el diácono o el propio sacerdote toma el Cirio en sus manos y tras él todos van en procesión hacia el interior de la iglesia. De esta manera quedará patente el simbolismo del Cirio pascual como imagen de Cristo.
Se evoca así el nuevo éxodo hacia la tierra prometida, pero ya conquistada; del mismo modo que los hijos de Israel durante la noche eran guiados por una columna de fuego, así los cristianos siguen a Cristo resucitado.
La procesión tendrá tres momentos importantes, todos ellos marcados por el canto por parte del ministro de la aclamación: Luz de Cristo, a la que los fieles responderán exclamando: Demos gracias a Dios, o bien, Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste inmortal, santo y feliz Jesucristo. La primera de ellas, junto al fuego; la segunda, en la puerta del templo y la tercera a los pies del altar. En la puerta de la iglesia, de la nueva luz que alumbra desde el Cirio, fieles encenderán las pequeñas velas que portan en sus manos, a imagen de la Esposa que espera la vuelta gloriosa de su Señor, el auténtico Esposo (Mt 25,1-13) que nos llama al banquete de bodas.


Los fieles, con sus lámparas encendidas, serán imagen de la Iglesia que peregrina como, el auténtico pueblo de Israel, hacia los nuevos cielos y tierras que nos ha ganado el Señor (cf. Ex 13, 21-22).


Después el Cirio se depositará en un conveniente candelabro colocado junto al ambón y, tras su incensación, tendrá lugar el canto del Exsultet, donde al Cirio confeccionado con cera de abeja se le otorgará un papel determinante. Será concebido como elemento cosmológico, al vincularlo a las lumbreras del cielo, y escatológico, pues como imagen también de la Iglesia expectante debe estar encendido esperando el retorno definitivo de nuestro Señor en la parusía.
Aunque es potestativo, el Cirio puede ser llevado en procesión hasta el baptisterio en la bendición del agua bautismal para ser introducido una o tres veces, en el momento en el que se pide al Padre que envíe al Espíritu Santo por el Hijo resucitado, sobre el agua en la que van a ser regenerados los nuevos cristianos. Con esta acción simbólica se nos recuerda que Cristo ha venido a transformarnos, y para ello ha santificado las aguas en las que somos bautizados.
Creemos que vale la pena hacer mención de una descripción del siglo XV narrada en un texto atribuido al confesor de la reina Isabel la Católica, el jerónimo fray Hernando de Talavera, que lleva por título Memoria de nuestra redención. En ella, tomando como referencia un texto de la antigüedad clásica –el De naturis rerum de Plinio–, se describe cómo se pensaba que el cuerno del mitológico unicornio era capaz de sanar las aguas emponzoñadas. El autor medieval identificaba al imaginario animal con Jesucristo, de tal forma que, al descender al agua del Jordán, sanaba las aguas naturales para que concibieran el poder de santificarnos. Esta imagen alegórica, de claro sabor medieval, nos sirve para comprender el signo de introducir en el agua el Cirio, pues al ser identificado con el mismo Cristo se le confiere el don de sanar las aguas.

 La misma idea también la encontraremos en la bendición del agua para los bautizos, donde se pide que el ministro celebrante introduzca la mano derecha en el agua, como se hace con el Cirio en la Vigilia Pascual.
El Cirio iluminará, desde esta noche santa de la Vigilia, todas las celebraciones litúrgicas que tendrán lugar durante el tiempo de Pascua, tanto las sacramentales como las de la Liturgia de las Horas. De esta manera, se resaltará el tono “mistérico” de la presencia del Resucitado durante este tiempo litúrgico. El Misal advertirá que acabado el tiempo de Pascua se apaga el Cirio pascual, que es conveniente colocar en un lugar digno del bautisterio. Puesto que la Pascua concluye con las vísperas del día de Pentecostés, puede ser significativo concluir su rezo con el solemne apagado del Cirio pascual.