COMIENZA EL AÑO JUBILAR EN VILLAMANTA, EN HONOR DE SAN BLAS
Comienza el Año Jubilar en Villamanta en honor de
San Blas. Por primera vez en la historia, la imagen del Santo salió
de la Ermita de Nuestra Señora del Socorro el pasado domingo 29 de enero. Y como manda la tradición,
para ganar el jubileo los fieles recorren una Ruta Jubilar hasta sellar
una credencial.
Un Año Jubilar concedido por la Santa Sede
con motivo del 1700º aniversario del martirio de su santo patrono, San
Blas. El pasado domingo 29 de enero, tuvo lugar la ceremonia en la Ermita de Nuestra
Señora del Socorro, en Villamanta, donde el obispo diocesano, D. Joaquín María López de
Andújar leyó la bula pontificia remitida desde Roma.
La
procesión extraordinaria con la sagrada imagen de San Blas salió desde
la Ermita hasta la Parroquia Santa Catalina de Alejandría. Para lucrar
la indulgencia plenaria, los fieles tendrán que realizar una Ruta
Jubilar y sellar una credencial que acredite su paso por la Ermita y por
la Parroquia Santa Catalina de Alejandría.
Esa ruta se
inicia en la Ermita de la Virgen del Socorro y recorre el paseo de la
Ermita, la calle San Blas, la plaza Rey Juan Carlos I, la calle José
García Núñez y finaliza en la iglesia villamanteña. Para Orlando Mateos,
párroco en Villamanta, "la concesión de este Año Jubilar es un gran
revulsivo para la vida de la fe en esta parroquia y para todos los
fieles de la Diócesis de Getafe".
La
difusión de este Año Jubilar, se ha preparado durante mucho tiempo con
gran dedicación y esfuerzo por parte de la parroquia. Para ello, se han distribuido 2.000
carteles por los edificios y por las calles más emblemáticos de
Villamanta y se han repartido otros tantos trípticos informativos por
toda la Diócesis de Getafe, en los que se muestra cómo ganar el jubileo,
cómo realizar la Ruta Jubilar y la historia de San Blas, patrono de
Villamanta, que murió decapitado en el año 316.
Este fin de semana Villamanta celebrará sus tradicionales fiestas en honor a su patrón San Blas. Para conocer más información, pinchar en el enlace:
VIDA Y MILAGROS DE "SAN BLAS". OBISPO Y MARTIR
San
Blas, obispo y mártir, es uno de los santos más populares en las
comunidades cristianas de Oriente y Occidente. Muchas cualidades hacen
agradable su personalidad: dulzura de carácter, sencillez, modestia,
pureza de sentimientos, servir a los demás hasta olvidarse de sí mismo,
compasión hacia toda miseria, cariño con los niños cuando estos no
significaban nada, amor a los animales cuando eran brutalmente tratados.
Y al fin, su capacidad de sacrificio y valiente fortaleza ante las
torturas y la muerte. A ello se suman las curaciones milagrosas
atribuidas a su intercesión.
San
Blas nació en Sebaste, ciudad de Armenia, cuando corría la segunda
mitad del siglo III. Allí hizo sus estudios y ejercicio la profesión de
médico. Allí lo eligieron obispo y derramó su sangre.
El ejercicio de la medicina le hizo reflexionar sobre los
límites y la caducidad del hombre. Aprovechaba de la gran influencia
que le daba su calidad de excelente médico, para hablarles a sus
pacientes en favor de Jesucristo y de su santa religión, y conseguir así
muchos adeptos para el cristianismo. Acabó comprendiendo que las miserias y
la fugacidad de la vida solo se pueden superar en el horizonte de la
fe. Llegó a la conclusión de que los bienes eternos eran superiores a
todo. Al principio ejercía la medicina, y Esto le movió a retirarse a una cueva solitaria en el cercano
Monte Argeo, para dedicarse más intensamente a la oración, a la
meditación y a la penitencia.
Por aquel entonces, falleció el obispo de Sebaste. El clero y los cristianos de la ciudad
pensaron en Blas como nuevo pastor de su diócesis. Se resistió al
principio pero, ante las insistencias, acabó aceptando.
Recibió las
órdenes sagradas de presbítero y luego de obispo. Se entregó totalmente
al pueblo cristiano repartiendo a manos llenas la palabra de Dios y el
pan de la caridad. Su descanso era retirarse a su cueva en la montaña
para leer la Sagrada Escritura y pasar horas interminables de oración y
ayuno.
Los
animales, cuyo instinto advierte quién se acerca a ellos con intenciones
agresivas o pacíficas, acabaron sintiendo la bondad de aquel ermitaño.
Poco a poco perdieron el miedo. Su natural desconfianza se fue
suavizando. No huían al verle, sino que permanecían tranquilos, llegando
al final a tomarle como un amigo que no los recibía con gritos o
pedradas, sino con actitud suave y amable. Acabaron, olvidando sus
reflejos de huida, pasando y deteniéndose ante aquella cueva donde
encontraban la palabra dulce y la caricia del ermitaño. Su actitud revela su
amor a la vida y al mundo.
El
pontificado de San Blas tuvo una etapa feliz, con la dirección cercana y
cordial de los creyentes y con el retiro para darse a la oración y
penitencia. Pero llegó la persecución de Diocleciano con tortura, prisión y muerte para
muchos cristianos. San Blas se fue a
esconderse en una cueva de la montaña, y desde allí dirigía y animaba a
los cristianos perseguidos y por la noche bajaba a escondidas a la
ciudad a ayudarles y a socorrer y consolar a los que estaban en las
cárceles, y a llevarles la Sagrada Eucaristía.
La persecución arreció y el obispo fue capturado. Lo condujeron atado
con cadenas hasta el gobernador romano. El gobernador le ofreció muchos regalos y ventajas temporales si dejaba
la religión de Jesucristo y si se pasaba a la religión pagana, pero San
Blas proclamó que él sería amigo de Jesús y de su santa religión hasta
el último momento de su vida.
Entonces fue apaleado brutalmente y le desgarraron con garfios su
espalda. Pero durante todo este feroz martirio, el santo no profirió ni
una sola queja. El rezaba por sus verdugos y para que todos los
cristianos perseveraran en la fe.
El gobernador, al ver que el santo no dejaba de proclamar su fe en Dios,
decretó que le cortaran la cabeza. Y cuando lo llevaban hacia el sitio
de su martirio iba bendiciendo por el camino a la inmensa multitud que
lo miraba llena de admiración y su bendición obtenía la curación de
muchos.
Pero hubo una curación que entusiasmó mucho a todos. Una pobre mujer
tenía a su hijito agonizando porque se le había atravesado una espina de
pescado en la garganta. Corrió hacia un sitio por donde debía pasar el
santo. Se arrodilló y le presentó al enfermito que se ahogaba. San Blas
le colocó sus manos sobre la cabeza al niño y rezó por él.
Inmediatamente la espina desapareció y el niñito recobró su salud. El
pueblo lo aclamó entusiasmado. De aquí arranca la devoción a San Blas como protector en los enfermos de la garganta.
Le cortaron la cabeza (era el año 316). Y después de su muerte empezó a
obtener muchos milagros de Dios en favor de los que le rezaban. Se hizo
tan popular que en solo Italia llegó a tener 35 templos dedicados a él.
Su país, Armenia, se hizo cristiano pocos años después de su martirio.
En la Edad Antigua era invocado como Patrono de los cazadores, y las
gentes le tenían gran fe como eficaz protector contra las enfermedades
de la garganta. El 3 de febrero bendecían dos velas en honor de San Blas
y las colocaban en la garganta de las personas diciendo: "Por
intercesión de San Blas, te libre Dios de los males de garganta". Cuando
los niños se enfermaban de la garganta, las mamás repetían: "San Blas
bendito, que se ahoga el angelito".
A San Blas, tan amable y generoso, pidámosle que nos consiga de Dios la
curación de las enfermedades corporales de la gargantapero sobre todo
que nos cure de aquella enfermedad espiritual de la garganta que
consiste en hablar de todo lo que no se debe de hablar y en sentir miedo
de hablar de nuestra santa religión y de nuestro amable Redentor,
Jesucristo.